Por Néstor Piccone. Periodista, psicólogo, militante de
la comunicación.
La furia no es un sentimiento mayoritario. Ya desde los
griegos cuando se las representaba con cabeza de perro alas de vampiro y serpientes por cabello parece que las furias no eran más
de tres.
La furia de nuestros días está más cerca de la locura,
del enajenamiento mental, de cuando se llega al descontrol rompiendo cualquier
barrera de censura social o cuando se desobedecen los mandatos de nuestro
sacrosanto superyó. Cuando los deseos se
expresan violentamente. Los griegos no estaban equivocados, alguien provocaba
la furia como alguien produce la locura.
No hubo furia en diciembre, ni en los saqueos de la
abundancia y mucho menos con los prolongados cortes de luz que comenzaron tras la
sublevación policial.
Pero la Furia aparece en la televisión, en la radio y en
los diarios; es una forma de mostrar las cosas y meter miedo. De disciplinar a
la sociedad.
El poder real manipula la furia. La furia es un momento
de confusión provocado.
¿ Porqué saltaron los policías circa del 10 de diciembre,
provocando robos y creando un clima que se llevó más de una docena de
argentinos muertos?
¿Porqué saltaron los tapones en medio país y el sistema
eléctrico generó un caos y no se desató la furia popular aunque igual murieron
aproximadamente una media docena de argentinos?
Las policías provinciales se calmaron cuando se les
prometió un sueldo similar al que gana la policía de Mauricio Macri. Igual
quedó claro que semejante demostración de poder no alcanzó para producir un
golpe de Estado. Hipótesis para nada descartable si hubiera alguien con
capacidad de coordinar políticamente a las policías, gendarmes y prefectos.
Tentación para muchos que alientan la privatización de las fuerzas de
seguridad. Debilidad de un Estado aún fragmentado en nación, provincias y
municipios y en la falta de planificación y acuerdos de políticas públicas a
largo plazo.
La electricidad es parte de los servicios de energía del que
la mayoría de los argentinos no puede prescindir. Pero el sistema privatizado
en los 90 no se arregla quitándole la distribución domiciliaria a Edenor y
Edesur. Las multinacionales que están detrás de esos nombres tienen una
integración vertical.
Cuando el Estado manejaba la electricidad el sistema era
centralizado e integraba la generación de electricidad (vía centrales térmicas
o hidrícas) y el transporte interconectando a casi todo el país.
La privatización operó sobre las dos variables: fragmentó
lo que estaba centralizado y habilitó un sistema de compra y venta para
articular la cadena.
El objetivo no era brindar un buen servicio y menos
universalizar el derecho humano a la
energía, sino maximizar los índices de ganancia entre las distintas partes. El
Estado neoliberal solo atinó a crear controles para evitar desfasajes (¡?)
El kirchnerismo apeló a los subsidios para evitar que los
aumentos de las tarifas utilizaran a los usuarios como variable de ajuste. También
lo hizo para alentar el incipiente proceso de industrialización.
Gracias al dinamismo del Estado se avanzó en la
generación de energía por todas las vías, pero las empresas se prendieron a ese
negocio y buscaron una integración entre las tres etapas.
El resultado es el que vivimos en los últimos veranos e
inviernos. Cortes de luz prolongados producidos por la falta de inversión en la
distribución eléctrica domiciliaria y con un sistema de tercerización laboral. Son
esos obreros precarizados que integran las cuadrillas que hoy recorren los
barrios con un buscapolos y algunos fusibles. Muy parecido a los que pasó con
los trenes: subsidios, negocios y precarización del servicio con trabajadores
poco capacitados.
Por eso la solución no pasa por nacionalizar Edenor o
Edesur. Hay que discutir un sistema centralizado, integrado con participación
del sector privado pero con un Estado que establezca políticas públicas con
participación de la Sociedad Civil y el aporte de los trabajadores.
Eso requiere un nuevo modelo de Estado que aplique este
esquema de políticas públicas elaboradas por empresas: estatales, privadas,
mixtas con participación de los usuarios y beneficiarios y también con una
capacitación y formación permanente de los sindicatos y trabajadores.
Un nuevo estado no es una utopía. La construcción de la
Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual demostró que se puede articular
Estado con Sociedad Civil y, si se aplica correctamente, tendremos un sistema de
comunicación sin monopolios y con multiplicidad de voces.
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